La Guerra de los Cristeros es el nombre dado al levantamiento armado de una parte del pueblo mexicano en contra del Estado, nacido de la Revolución de 1910, con la finalidad de salvaguardar la libertad de culto. El sustantivo y adjetivo “cristero” proviene del grito del agrupamiento de los insurrectos: “¡Viva Cristo Rey!”. El sustantivo “Cristiada” es un neologismo forjado bajo el modelo épico de La Ilíada, pues sin lugar a duda fue una epopeya, a menudo comparada con la rebelión de los “Chouans” (chuanes) en Vendée durante la Revolución francesa.
La Revolución mexicana inicia en 1910 y termina en 1938, en un contexto de nacionalización del petróleo y de paz religiosa. En realidad, este conflicto está conformado por varias revoluciones sucesivas. El primer episodio de violencia anticlerical tuvo lugar entre 1914 y 1919: todos los obispos fueron expulsados del país o se exiliaron, cierran seminarios, la iconoclasia se dio a rienda suelta. Este anticlericalismo que es la razón del bando triunfante, no de los Villa ni de los Zapata, se materializa en diversos artículos de la Constitución promulgada en 1917. Entre 1919 y 1926, los artículos que permiten que el Estado dirija la vida eclesiástica, que se controle el número y el reclutamiento de sacerdotes, entre otros, fueron suspendidos.
El dinamismo de los católicos (98% de la población) compite con el Estado revolucionario, específicamente en el sector sindical y escolar. Los enfrentamientos entre ambas fuerzas son frecuentes, pero no se comparan en lo absoluto con la gran crisis iniciada en 1926. En ese momento, el presidente Plutarco Elías Calles, un gran hombre de Estado, fundador de las instituciones económicas y del sistema político del México moderno, comete el error de oponerse a la Iglesia: sobreestima la religiosidad del pueblo mexicano. Después de haber fracasado en el intento de una Iglesia cismática (1925) y ante la relevante movilización católica, reglamenta las disposiciones anticlericales de la Constitución (1926). Dado que éstas últimas obligaban no sólo a los sacerdotes a inscribirse ante la Secretaría de Gobernación para poder ejercer, sino que otorgaban poder a los gobernantes para fijar el número de sacerdotes: uno por 10 000, 50 000 o 500 000 habitantes, Roma prohíbe a los obispos mexicanos acatar lo que de ahora en adelante se conocerá como “La ley Calles”.
Una vez agotados todos los recursos y mediaciones, la Iglesia suspende sus oficios el 31 de julio de 1926. El gobierno reacciona prohibiendo el culto y la administración de los sacramentos fuera de las iglesias, las cuales ocupa y clausura: “por causa de inventario”.
Casi después de un año de lucha civil pacífica, el pueblo católico, al colmo de su paciencia, se opone a los inventarios; envía a la armada, gente sin armas: mujeres, niños, hombres de toda edad mueren. Un levantamiento masivo se propaga en el México de la alta meseta, sobre todo en la zona del Bajío, que comprende alrededor de dos tercios de la población. En el resto del país, la resistencia pasiva resulta un tanto exitosa debido a la complicidad disimulada de las autoridades locales (Jean Meyer, 2006). Después de tres años de una ardua lucha, “los cristeros” y los soldados de la armada federal se encuentran en situación de igualdad, y por cuestiones de política interior, el gobierno se apresura por dar fin a la lucha; Roma, por su parte, también está preocupada pues durante mucho tiempo los mexicanos católicos han estado sin sacerdotes y obispos.
Dado que el mundo entero conocía esta situación, en junio de 1929 se fija una paz blanca gracias a las medicaciones de los embajadores de Estados Unidos, Chile y Francia (Jean Meyer, 2008). Esta guerra civil tuvo un saldo de 250 000 muertos: 100 000 combatientes, 150 000 civiles, víctimas indirectas del conflicto, de los reagrupamientos masivos y periódicos de poblaciones rurales, por epidemias y por la hambruna a lo cual se le suma el exilio a los Estados Unidos de casi dos millones de mexicanos entre 1926 a 1929.
A finales de 1931, el fracaso de un presidente que respetaba, bien que mal, los arreglos de 1929, desencadena una nueva ofensiva anticlerical— extremadamente severa— ya que en 1935 quedan 350 sacerdotes ejerciendo legalmente su oficio. Los otros cuatro mil están exiliados o viven clandestinamente. Roma, apostando por una larga duración del conflicto, prohíbe a los católicos de levantarse en armas para defenderla. A pesar de ello, unos miles se revelan, sobre todo los más conocidos son sistemáticamente asesinados por violar la amnistía de 1929. Entre 1936 y 1938, el presidente Lázaro Cárdenas es quien tiene el reconocimiento de acabar progresivamente con esta verdadera persecución (condenada por la Sociedad de la Naciones). Desde ese entonces, lo que llamamos modus vivendi, término empleado por el Vaticano, funcionó a la perfección y finalmente, de 1991 a 1992, la Constitución se actualizó con la intención de eliminar los artículos de combate de la época anticlerical. Las relaciones diplomáticas con la Santa Sede se restablecieron y las visitas papales fueron mucho más frecuentes.
Memoria “cristera”
Durante mucho tiempo, el Estado y la Iglesia practicaron el silencio, la negación, la afirmación parcial o el rechazo puro y simple, todas las manifestaciones de represión obstaculizaron la investigación en la zona de conflicto. Primeramente, nos encontramos con documentación poco fiable y desacreditada: el discurso del “Cristero” no sólo se debía olvidar sino también hacer olvidar. Se puede hablar de un pacto silencioso de varios años: la Iglesia y el Estado acordaron que la prudencia dictaba no hablar más de esta tragedia. Mi tesis, La Cristiada, Siglo XXI, México, 1973-1975, editada en tres volúmenes, fue publicada gracias a la valentía del editor marxista, Arnaldo Orfil. Por mucho tiempo ignorada por la crítica, el libro encontró no obstante a sus lectores cautivados por un estremecimiento de lo omitido, de lo casi prohibido; y después de 1992, fue impulsado por la creciente ola de la “memoria cristera”. La perspectiva cambió. Satanizada — la Cristiada no podía catalogarse solo como reaccionaria, sino también como “fascista” — ahora es fuente de investigaciones y diversos intereses: actualmente todos los fondos del archivo son accesibles, incluso aquellos que pertenecen a la Armada, a la Arquidiócesis de México y al Vaticano. Numerosos jóvenes investigadores estudian sobre el tema. El turismo también participa con sus visitas a “los mártires” o con el circuito “de la Cristiada”. Museos, monumentos, una Basílica de los Mártires son inaugurados. Asimismo, proliferan las marcas de tequila llamadas La hacienda del Cristero o Los Cristeros. Incluso, encontré nombres de grupos de rock que portan este nombre; y, por si fuera poco, los partidos políticos no son los únicos en tergiversar la historia ni en cubrirse bajo el estandarte cristero. Cubierta por el velo del silencio, la Iglesia que guardaba bajo llave sus archivos y optaba por callar, ahora lucra con este capítulo cristero de su historia y de la historia nacional en sus seminarios. Actualmente, el historiador confronta el problema de una falsa y mítica “memoria” en construcción que no tiene nada que ver con la memoria viva de los Cristeros que tuve la fortuna de encontrar.
La industria del cine se apropió del suceso: de 1946 a 1979 se filmaron nueve películas y añadimos dos más en 2012. La Cristiada (For greater glory), una película de elevado presupuesto, con actores de Hollywood como Andy García, Eva Longoria, Peter O’Toole, cuya proyección presenta una relevante carga ideológica, católica y conservadora, permitió a la derecha republicana utilizarla contra Barack Obama durante el periodo de campaña electoral. Los últimos cristeros (Les derniers cristeros) cautivó al Festival de cine de Toulouse, fue dirigida por Matias Meyer, quien se basó en la novela de Antonio Estrada, Rescoldo Los últimos cristeros (Braise, les derniers cristeros), texto admirado por Juan Rulfo y por Jean-Marie Gustave Le Clézio. Alejado del cliché de un levantamiento de fanáticos contrarrevolucionarios, esta película franco-mexicana, filmada al exterior, con campesinos, descendientes de los Cristeros, alrededor del poblado quemado por el ejército durante la Cristiada, se apega, por primera vez desde 1946, al modo de vida de los Cristeros, a sus motivaciones y a sus dudas. Esto la etiqueta como irrecuperable tanto para las iglesias como para los partidos.
La guerra de los “Cristeros” en la obra de J. M. G. Le Clézio
En su discurso en Estocolmo, J.M.G. Le Clézio rinde homenaje a aquellas y a aquellos que lo ayudaron a vivir y a escribir, menciona a: “Jean Meyer pour avoir porté la parole d’Aurelio Acevedo et des insurgés cristeros du Mexique central” (2008). Sin embargo, muy tempranamente el novelista había manifestado su interés por este episodio de la historia de México, que descubrió, según el testimonio de Jean Meyer (1998, 36-37), a través de los campesinos de la región de Jacona, en donde en ese entonces residía.
En algunos intensos pasajes del Livre des fuites (1969), el narrador, llegando a México, se identifica con el pensamiento de un grupo de “Cristeros” guiados por un sacerdote, con ellos se da a la fuga, comparte la vida ardua y peligrosa de la montaña; más tarde, el conflicto de la emboscada con los Federales en el Llano de la Piedras concluye al cabo de tres días con la muerte de todos los insurgentes:
Les balles frappaient de tous les côtés, les roulements des coups de feu ne s’arrêtaient pas. Le soleil brûlait au centre du ciel de plus en plus bleu, de plus en plus noir. C’est là que nous sommes morts, tous, les uns après les autres, la peau crevée par des dizaines de balles. Sauf un, qui était blessé. Ils l’ont pendu le lendemain. Nous n’avons pas été enterrés. Ce sont les vautours, les loups et les fourmis qui nous ont mangés. (LF, 244)
Este dramático episodio está registrado en el corrido de José Valentín “Qui fut attrapé et fuisillé dans la montagne” (LF, 245). Una cita de Ezechiel Mendoza Barragán, combatiente cristero cuyo testimonio recogido por Jean Meyer fue publicado en 1990, se encuentra en un epígrafe de un capítulo de Géants para convocar a la revuelta contra los “maestros del lenguaje”: “Le César veut que de gré ou de force les inférieures le révèrent et quasiment l’adoren; mais maintes fois un homme simple peut humilier la superbe du puissant” (Ge, 1973, 125). Asimismo, en el prefacio que redacta para la edición de bolsillo de Llano en flammes (2001), J.M.G. Le Clézio retoma los hechos principales de esta tragedia en el Estado de Jalisco, donde tienen lugar los cuentos del libro de Juan Rulfo. Después de hacernos recordar las circunstancias del conflicto, el combate desigual entre “paysans pieds nus dans leurs huaraches, porteurs de machetes et d’escopettes du siècle passé” y “l’armée de métier du gouverenement, munie des fusils à répetition et de canons, et apuyée par l’aviation” (2001, 13), describe la violencia de ambos bandos, la cual siendo un niño Juan Rulfo atestiguó:
L’horreur de la guerre civile, Rulfo l’a vécue de l’intérieur, sans en comprendre les enjeux (et c’est pourquoi il ne prend jamais parti) : la fureur des cristeros montant à l’assaut, la cruauté de la répression des fédéraux, l’âpreté des combattants des deux camps qui ne font pas de prisonniers, les femmes pillées, les villages incendiés (2001, 13-14).
Así J.M.G. Le Clézio revive las desastrosas consecuencias de una guerra que: “a coûté dix millions de pesos et fait plus de quatre mille morts dans les rangs des insurgés” y el “heroísmo” de las mujeres: “Dans ce monde violent ce sont elles qui résistent aux secrets des familles, au triomphe cruel des hommes, aux jalousies, à l’inceste, au déshonneur” (2001,15). En la novela Ourania (2006), Don Santiago, es descrito como: “un survivant du temps où les Cristeros ont fusillé les fédéraux dans la caserne en tuant tout, même les chiens et le poules dans la cour” (Ou, 231). Además, el autor retoma a la inversa la anécdota de la madre de Juan Rulfo, quien: “cachait les yeux de son fils pour qu’il ne voie pas les Cristeros entraînant leurs prisonniers vers l’endroit où on devait les fusiller” (2001, 13) – mientras que Don Santiago conduce, por el contrario, hacia la ventana. La ficción no toma partido, guarda la ambigüedad. Sin embargo, a pesar de la violencia, el autor del prefacio coincide con Jean Meyer al destacar lo que significó este movimiento. La Cristiada fue para cada “Cristero” una experiencia existencial de primer plano, mucho más que la utopía de Tomás Moro. En palabras de Cristóbal Acevedo, hijo del general “cristero” Aurelio Acevedo: “un fait féel et réalisé, douleureux et génial” (2007).
Jean Meyer
Traducción Yrma Patricia Balleza
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
GONZALES, Luis, Les barrières de la solitude, un village mexicain, Paris, Plon, 1972 ; LE CLÉZIO, J.-M.G., Le Livre des fuites, Paris, Gallimard, « L’imaginaire », 1989, p. 242-246 ; Les Géants, Paris, Gallimard, 1973 ; Préface au Llano en flammes de Juan Rulfo, Paris, Gallimard, 2001, coll. « folio », 2003, p. 9-16 ; Ourania, Paris, Gallimard, 2006 ; Kerjean Émile, Extraits de Confesiones de Un Cristero, Ezechiel Mendoza Barragán, in Le Clézio est univers, Morlaix, Skol Vreizh, 2015, p. 438-452 ; MEYER, Jean, La Cristiada, Siglo XXI, México, 1973-1975, en trois volumes, 22ème réédition en 2012 ; Apocalypse et révolution au Mexique, Paris, Archives/Gallimard, 1974 ; La Christiade, l’Église, l’État et le peuple dans la révolution mexicaine, Paris, Payot, 1975 ; The Cristero Rebelion. The Mexican People between Church and State, Cambridge University Press, 1976 ; “Quand l’histoire est écrite par les vainqueurs”, in Yves-Marie Bercé et al., La Vendée dans l’histoire, Paris, Perrin, 1994, p. 399-410 ; Éditions Antología del cuento cristero (avec Juan José Doñan), 1993 ; El Coraje cristero : testimonios, Editorial UJED, 2007 ; Préface à ¡Tierra de Cristeros ! de Juan Francesco Hernandez Hurtado, Centro de estudios mexicanos y central americanos, Educación y cultura Sanmiguelense, (edycusam), 2003. 2002 ; « L’initiation mexicaine » in Le Magazine littéraire n°312, Février 1998, p. 36-39 ; RULFO, Juan, Le Llano en flammes, Paris, Gallimard, « folio », 2003.